El futuro de la literatura no es el futuro del libro

En las últimas semanas estuvimos viendo varias conferencias, clases y entrevistas al escritor argentino Ricardo Piglia, disponibles en YouTube (muy recomendables). Un aspecto que siempre aparece es la vinculación entre literatura y nuevas tecnologías. Es interesante la opinión de Piglia, porque este escritor no se ocupa tanto del impacto de la digitalización en el mercado del libro. A Piglia le interesa más la cuestión creativa. Lo mismo podemos decir de Hernán Casciari, quien en un evento donde se hablaba del futuro del libro, también rechazó hablar del porvenir del soporte de lectura y de la industria que lo produce. Y eligió, en cambio, reflexionar sobre la manera en que se transforman la lectura y la escritura como experiencias.

Por un lado, Casciari tiene una mirada más pesimista frente a la gran cantidad de información y de interacciones que se producen en nuestro entorno tecnosocial. Mensajes de texto, tweets, noticias en tiempo real, sugerencias de contenido interesante ajustado a nuestros deseos: todo esto reclama atención y produce ansiedad ante la dificultad para filtrar y seleccionar, y por tanto, concentrarse. Al menos, si no lo sabemos manejar.  

El problema que plantea Casciari es válido, pero no hay que tomarlo con tanto dramatismo. Consumir noticias, posts o pequeñas porciones de texto en formato «tweet» requiere de nuevas habilidades para conectar una cosa con la otra y tomar decisiones rápidas pero sólidas, para seguir un recorrido guiado por nuestros propios intereses. Es necesario, cada vez más, desarrollar competencias para esta lectura dispersa, social y conectada. Para aprovecharla de la mejor manera y no perdernos en ella. Para evitar las posibles manipulaciones y aprender a leer con sentido, en este entorno hiperconectado. Pero leer noticias y tweets no es lo mismo que leer literatura (lo que no significa que no pueda haber literatura en un tweet). La literatura requiere de una lectura profunda e inmersiva. Es esa su propuesta, a eso nos llama como lectores. De ahí la preocupación de Casciari por la posible pérdida de momentos y circunstancias propicias para entregarse a ese tipo de lectura. Con menos angustia y un poco más de optimismo, Piglia dice que el futuro de la literatura depende de la posibilidad de mantener esas características inmersivas, sin importar dónde se lea, si en un libro digital o en uno de papel.

Lo que me parece fundamental es que mantengamos la lectura literaria, cualquiera sea el formato en que tengamos que leer, si vamos a leer libros o vamos a leer en la pantalla, pero que haya una relación con la lectura que no sea una relación de instantaneidad. Confío en que la literatura del futuro mantenga el mismo tipo de intensidad en la relación entre el texto y el que lo lee… La lectura no ha cambiado mucho, seguimos leyendo a la misma velocidad que en los tiempos de Aristóteles, siempre se trata de un signo y otro signo, no importa dónde esté y a qué velocidad circule.

En síntesis, podemos decir que la tecnología trae nuevas formas de leer, que no necesariamente tienen que desplazar a la forma literaria de leer.

Pero más allá de esta primera cuestión, la preocupación de Casciari en su conferencia es la transformación de la escritura. ¿Cómo es la ficción en un mundo hiperconectado? Casciari teme que sea más aburrida. Que se debiliten la expectativa y el suspenso al perderse gran parte de las fuentes de incertidumbre con la instantaneidad de las comunicaciones. Los desencuentros, las acciones a destiempo, la información que no llega a destino y desencadena tragedias, son parte importante de muchas historias tradicionales, y en su charla Casciari plantea que es difícil escribir historias sin estos elementos.

Sin embargo, la tecnología, la hiperconectividad y la sobreabundancia de información también pueden sembrar las historias de confusiones, encuentros y desencuentros. Pensemos, por ejemplo, en el rol de los teléfonos celulares en una historia trágica contemporánea como es la serie Breaking Bad: celulares que hay que romper o esconder, llamadas inoportunas, teléfonos que se quedan sin señal o sin batería en el peor momento, etc, etc. La capacidad narrativa de crear suspenso tradicional alrededor de elementos nuevos es posiblemente infinita. Así que no habría que preocuparse porque las historias se queden sin conflicto.

Por su parte, Piglia, si bien analiza este tipo de cambios temáticos en la literatura, le ha prestado más atención a los efectos de las nuevas tecnologías en otro nivel, en tanto afectan el modo en que se escribe, el uso del lenguaje y de las formas literarias. Por ejemplo, el modo en que cambian los diálogos a partir de la aparición del teléfono, o la manera en que cambia el estilo literario cuando es posible corregir los textos a medida que se los escribe, como lo permite hoy una computadora, a diferencia de la máquina de escribir.

Finalmente, Piglia también introduce el tema de la gran cantidad de información disponible. Pero a diferencia de Casciari y su angustia frente al desborde perturbador de la información, Piglia rescata la facilidad con la que cualquier novelista puede conseguir datos para contextualizar y desarrollar su historia, utilizando Google, sin moverse de su casa.

En síntesis, los dos escritores, cada uno a su manera, nos muestran cómo cambian la lectura y la escritura como experiencias. Creemos que ahí está lo fundamental y que hay que seguir preguntándose por eso. La discusión sobre cómo se venderán los libros, si alguien los comprará y en qué formato se van a producir no puede ser más importante que la cuestión creativa, lo que sucede en la forma de construir y contar historias, y en la forma de leerlas.

Publicado por Mariana Fossatti

4 comentarios

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cultura en acción

A falta de reproducir los vídeos, unas reflexiones muy pertinentes ahora que se discute tanto de marketing editorial y acerca de pantallas, gadgets, y otros asuntos tecnológicos. Que no se nos olvide que lo principal «es construir y contar historias», como bien decís.

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