
Internet ha sido, desde sus comienzos, una tecnología propicia para despertar tanto ilusiones y utopías como miedos y mitos. Una red muy vasta, descentralizada, con múltiples capas y tecnologías que interoperan, cuyo funcionamiento es difícil de entender. Los discursos mistificadores estuvieron presentes desde los inicios: a veces enalteciendo a Internet como una promesa revolucionaria, otras denunciando la traición a esta promesa y culpando a la red de los males contemporáneos, como antes se culpó a la prensa, la radio y la televisión.
Pero últimamente encontramos, de manera recurrente y desde los más variados sectores del espectro político, un discurso de alarma cada vez más unánime: Internet se ha convertido en una cloaca. En un vertedero. En un lugar repugnante y peligroso donde las conductas humanas son moldeadas siempre para peor. Donde acechan la violencia, la difamación y el odio. Donde se pone en jaque a la democracia. Donde hay malas influencias para la juventud. En este post les invitamos a bucear por esta Internet gore para cuestionar el diagnóstico terminal y, como activistas de los derechos humanos en la red, reflexionar sobre la relevancia de nuestro discurso y nuestra práctica en el contexto actual.
De la Internet oscura a la Internet gore
Desde siempre escuchamos historias sobre zonas tenebrosas de la red. En notas periodísticas y otras publicaciones se solía generar misterio aludiendo a conceptos vagos como la web profunda (los sitios web no listados en buscadores de uso masivo) o la red oscura (las redes privadas o cifradas), entre otros rincones presentados como peligrosos y violentos. Pero más recientemente, todo el vocabulario gore que antes se usaba para describir los lugares “oscuros” de manera sensacionalista, se generalizó a gran parte de la red.
Históricamente, este tipo de vocabulario fue instrumentalizado por sectores conservadores que, enfocando sus discursos y acciones en “los peligros de Internet”, proponían (y proponen) una agenda de control, vigilancia, prohibiciones y censura. Para promover esta agenda, el conservadurismo usa como excusa las preocupaciones más graves de cada época, como la pornografía infantil o el terrorismo. Pero también busca crear alarma social ante las manifestaciones de la diversidad sexual o ante las ideas políticas emancipatorias radicales (siendo quizás este su principal objetivo). Y por supuesto, es todo un clásico el uso de vocabulario alarmista ante la llamada “piratería” para demandar más control y vigilancia de las actividades de las personas en Internet.
También desde hace muchos años existe un movimiento de defensa de los derechos humanos en la red, que promueve el acceso al conocimiento, la libertad de expresión y la privacidad. Desde este movimiento siempre hemos advertido que darles a los gobiernos la posibilidad de vigilar toda nuestra actividad, con el pretexto de proteger a la población, implicaba un peligro más serio que los que supuestamente se buscaba combatir. Aunque se pudiese encontrar en Internet todo tipo de contenido y expresiones, incluso las más repudiables, había un acuerdo dentro de este movimiento en que someter a toda la población a la vigilancia, controlar la circulación de contenidos con filtros o restringir severamente la comunicación para evitar “daños”, eran medidas desproporcionadas que traerían más problemas que soluciones.
Sin embargo, hoy en día cada vez más voces se unen al diagnóstico de que “la enfermedad” o “la podredumbre” de Internet son graves y urgentes, demandando “remedios” más fuertes o “extirpaciones”. Estos reclamos se escuchan incluso desde los sectores progresistas. Nuestro propósito con este análisis es advertir que estas metáforas médicas y escatológicas sobre la toxicidad y el daño no nos sirven para el activismo por la defensa de derechos. Así como hemos sido muy buenos críticos de ciertos discursos tecnoutópicos, del solucionismo tecnológico y de la apología al progreso técnico como beneficioso de por sí, también tenemos que ser críticos ante esta percepción de una Internet tan deteriorada que se ha vuelto gore.
La Internet reaccionaria y la reacción progresista
Este cambio de percepción y discurso desde la perspectiva progresista y de derechos es, en parte, una reacción comprensible frente al avance de la derecha alternativa, con sus teorías de la conspiración, su violencia machista y racista y su exaltación de la irracionalidad. Como es obvio, para difundir estas ideas, las derechas actuales hacen un uso intensivo de las redes sociales como medio de comunicación primordial. Antes lo hacían (al igual que la izquierda, por cierto) desde canales más clásicos como radios, prensa periódica y otros tipos de propaganda más tradicional.
Desde buena parte de la izquierda y los movimientos sociales progresistas, como el feminismo y las diversas luchas antidiscriminación, se ha culpado a Internet de este devenir; se ha dicho que las redes polarizan y radicalizan, facilitando la violencia, la desinformación y el odio, favoreciendo así el avance de las derechas y los movimientos ultraconservadores. Pero si bien no podemos ignorar que el discurso racista, xenófobo y machista existe en la sociedad y también se difunde por Internet, no podemos olvidarnos de lo que defendimos siempre: la crítica a la censura previa, al filtrado de contenidos y a la criminalización del discurso político. Porque sabemos muy bien que esas herramientas terminan siendo utilizadas por esos mismos sectores reaccionarios cuando llegan al poder.
¿Cómo se elabora esta percepción de alarma social alrededor de Internet? La eficacia de Internet para difundir mensajes se percibe como peligrosa porque parece inevitable la cadena de causas y efectos que va desde la emisión del mensaje a su degeneración en discurso tóxico (o de odio), la consecuente radicalización ideológica de quienes se exponen a estos discursos, y de allí su paso inminente a la violencia en línea y también en el mundo físico. Se dibuja así una cadena extremadamente veloz y lineal, y se postula que la única prevención posible es cortar por lo sano desde el primer eslabón: el discurso y las circunstancias que en Internet lo facilitan, como la posibilidad del anonimato, la capacidad de cualquiera para publicar lo que quiera y la facilidad con la que cualquier contenido está disponible y se difunde.
Sanitizar Internet
La idea de que es necesario y urgente controlar el discurso y las circunstancias que en Internet lo facilitan termina justificando límites a la libertad de expresión sin proporción ni necesidad definidas. Porque “lo tóxico” está en todas partes y puede venir de cualquiera. Si los discursos son “tóxicos”, la respuesta es sanitaria. Consiste en sanitizar Internet, promover un uso “responsable” y “saludable”, desterrar el contenido “dañino” para dar paso a una comunicación “constructiva” (lo que sea que esto signifique). Así, se termina por culpabilizar al discurso y a su difusión en Internet, como si se tratara de un virus contagioso o una especie de lacra que crece y desborda sobre una sociedad que previamente gozaba de consensos básicos de orden y armonía.
Este vocabulario que describe a una Internet tóxica tiene como ingrediente lo que Javier Pallero llama la pornografía de la negatividad. Pallero argumenta que cierto tipo de crítica termina en una forma de pensamiento pesimista y distópico, llevando a la inmovilidad. Quizás no enfatiza lo suficiente en que, no es tanto que este negativismo entienda que no hay solución, sino que la solución termina por ser regresiva, cuando no represiva.
Cuando se sitúa desde esta pornografía de la negatividad, la crítica de los movimientos sociales progresistas y de derechos humanos se desgasta. Y aunque es cierto que muchas cosas han cambiado en los últimos 15 años, y que hoy nos enfrentamos con fenómenos nuevos y desafiantes, tenemos que tomar distancia crítica del vocabulario, cada vez más hegemónico, de la Internet gore para no debilitar nuestras luchas concediendo ante reformas claramente reaccionarias.
Entre otras cosas, no podemos legitimar el filtrado y la remoción de contenidos, la suspensión de cuentas de personas que difunden “fake news” o promueven “el odio”, sin un debido proceso, aún cuando se nos demande apoyar estas medidas en nombre de la democracia, la integridad de las elecciones, la “verdad” o la protección de la población más vulnerable. Y aunque nosotros también sentimos preocupación ante el avance del discurso racista, xenófobo y machista, que exalta la irracionalidad y la violencia, seguimos creyendo que los discursos discriminatorios y las ideas antidemocráticas se combaten con argumentos. Que no existe una urgencia inmediata por censurar, sino una lucha de largo plazo por convencer.
La Internet “de antes”
A veces, las conversaciones en nuestro movimiento mistifican a una supuesta Internet del pasado, menos corporativa, moldeada por la visión de sus pioneros, donde florecía el milagro de la conexión humana y el conocimiento compartido, y a la que sí valía la pena defender. En cambio, hoy parece que ya no sentimos la misma motivación para defender Internet en un panorama dominado por las redes sociales comerciales, donde supuestamente reinan la búsqueda de viralidad, la ansiedad por las métricas y la agresividad en la comunicación. Creemos que también nos debemos una crítica ante esta mistificación, que no ayuda a nuestra agenda progresiva de defensa de derechos.
En los últimos 15 años Internet se volvió un medio masivo. Se sumó mucha gente que ahora utiliza las redes sociales para opinar. Gente común, con mayor o menor formación intelectual y política, con ideas progresistas y renovadoras que antes no aparecían en los medios de comunicación, pero también gente con ideas tradicionales y conservadoras compartidas por amplios sectores de la sociedad. Esas nuevas poblaciones de Internet tienen tanto derecho a hablar como los periodistas, los intelectuales y las personas con título académico que tuvieron el privilegio de la expresión en la televisión, en la prensa y también en la primera ola de Internet. Defender tan solo a esa “Internet de antes”, una Internet con menos personas participando en ella, no nos permite avanzar como movimiento. Nos estanca y corta nuestros lazos posibles con las nuevas generaciones de activistas, a quienes no vamos a saber comprender.
Quizás, las discusiones muchas veces violentas que vemos en las redes sociales, son un síntoma de que hay debates y conflictos en la sociedad por cosas que importan, que sensibilizan, que duelen y movilizan. Pensemos por ejemplo en los debates planteados por el feminismo, en los activismos juveniles ante el cambio climático o ante el genocidio en Palestina. ¿Es nuestra tarea, como defensores y defensoras de los derechos en Internet, “moderar” esos debates sociales en nombre de una Internet más constructiva y saludable, como “la de antes”? Si desde hace más de 15 años defendemos una Internet libre como requisito necesario para la expresión de las minorías y las diversidades, no podemos comenzar ahora a unir fuerzas con quienes quieren censurar contenidos sabiendo que justamente las minorías y diversidades son las primeras en ser reprimidas.
La lucha por derechos en Internet: una agenda más relevante que nunca
En este momento, y tan solo en Uruguay (el caso que mejor conocemos, pero no el único), hay un proyecto de ley para bloquear sitios web y contenidos en Internet perjudiciales para los niños, niñas y adolescentes; dos proyectos de ley para remover contenidos y criminalizar las “fake news” durante las campañas electorales, que penalizarían, entre otras cosas, las actividades que “afecten la reputación de los candidatos”; y un proyecto para prohibir los dispositivos móviles en las escuelas y liceos. Ya es ley el bloqueo sin proceso judicial y, en algunos casos, en tiempo real, de sitios acusados de piratería y de sitios vinculados con apuestas. También es ley la creación de nuevos delitos informáticos, con penas absurdamente altas, que ponen en riesgo actividades legítimas como el hackeo ético, la ingeniería inversa y la parodia en Internet.
Si a los proveedores y a las plataformas de Internet se les exige cada vez más vigilar, censurar y controlar, el movimiento de defensa de derechos en Internet debería pedir lo contrario: regular a las plataformas para que no puedan elegir qué contenido mostrar u ocultar, quién puede hablar y tener más alcance, cómo nos podemos expresar o no. Toda esta manipulación del discurso ya la hacen las propias plataformas, diciendo que es para mantener “comunidades saludables”, cuando en realidad se acomodan a los requisitos de los gobiernos de turno (más reaccionarios o más progresistas) en sus mercados más importantes. Y también para mayor beneficio económico, toda vez que la capacidad de decidir sobre contenidos les permite favorecer aquellos que dejan mayores ganancias, y que no les generan problemas con sus anunciantes.
¿Y qué pasa con las poblaciones más vulnerables, las que sufren más violencias y ataques en Internet? Un ejemplo positivo reciente es la adopción, por parte del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, de una resolución sobre personas defensoras de derechos humanos y tecnologías nuevas y emergentes. Esta resolución de marzo de 2025, que llevó años de trabajo en incidencia a la sociedad civil y que tuvo el apoyo de más de 50 países, implica importantes compromisos para los gobiernos y las empresas privadas, como por ejemplo: no utilizar vigilancia masiva, implementar protecciones contra el espionaje, no impedir ni interrumpir la conectividad como forma de prevenir la disidencia, desanimar los litigios estratégicos contra la participación pública, implementar productos tecnológicos siguiendo principios de derechos humanos, y proteger especialmente a las mujeres defensoras que son atacadas por motivos de género al expresarse en Internet, entre otras disposiciones.
Como vemos, la resolución de la ONU, orientada a proteger a uno de los grupos más vulnerables, que recibe todo tipo de violencias por su defensa de derechos, no apunta a un mayor poder de vigilancia y control por parte de las plataformas tecnológicas y de los gobiernos. Por el contrario, se trata de medidas de protección a la libertad de expresión.
Defender derechos en Internet, un trabajo difícil pero necesario
Internet perdió su aura utópica y sus defensores ya no son heroicos luchadores y luchadoras por un mundo nuevo y alternativo. Internet ya no es cool; es banal y todo el mundo la usa, incluyendo las extremas derechas, que en las redes sociales encuentran el eco de millones de seguidores. Defender Internet como espacio de derechos es un trabajo difícil, espinoso, lento, por momentos cansador y con muy pocas recompensas para motivar nuestro ánimo. Incluso tenemos que defender el derecho a expresarse de quienes piensan y dicen lo más opuesto a nuestros ideales de justicia.
Pero sigue valiendo la pena hacer ese trabajo, porque lo que ha ocurrido en los últimos años es que la vida cotidiana de una masa mayor de personas, en todas sus aristas, pasa por Internet: el entretenimiento y el trabajo, el aprendizaje de nuevos hobbies y los trámites burocráticos, el activismo global y el grupo de chat del edificio en que vivimos.
Y es justamente por eso, porque Internet está en todas nuestras actividades, que es más importante que nunca como espacio de defensa de derechos, porque se trata de la defensa de nuestros derechos en todos los ámbitos. Renunciar a la tarea, diagnosticando que esta no es la Internet que queríamos, que ahora es una Internet tóxica, gore, no solo es renunciar a nuestras históricas luchas emancipadoras, sino bloquear el camino a las nuevas, que otras generaciones puedan construir.
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