El fin de Grooveshark y el fortalecimiento de los monopolios de la música

Ante el sorpresivo -aunque no del todo inesperado- cierre de Grooveshark, una de las más populares plataformas de música online por streaming, es interesante preguntarse por las reales causas y posibles consecuencias de los ataques de la industria de la música a determinados servicios de streaming.

Grooveshark cierra sus puertas después de una década, tras un litigio con las principales discográficas mundiales. Se podrá decir que esta empresa se aventuró de forma imprudente en un negocio que pretende hacer llegar música gratuita a los oyentes, sin pagar a los dueños de los derechos lo que estos exigen. También es posible preguntarse por qué otros servicios análogos -como Spotify- no enfrentan el peligro de un juicio y cierre similar. La realidad es que los servicios de streaming hacen equilibrio sobre una delgada línea en la cual, sin unas espaldas anchas, las startups innovadoras no pueden ir muy lejos. Solamente hay chance para quienes puedan cumplir las exigencias de los monopolios de la música: los verdaderos organizadores del reparto de las ganancias.

Veamos el caso de Spotify. A diferencia de Grooveshark, Spotify logró acordar con las discográficas las licencias para funcionar legalmente. Es decir, se llegó a negociar royalties acordes con las ambiciones de estas empresas por el uso de sus catálogos. De hecho, las majors Universal, Sony y Warner son dueñas de una parte del paquete accionario de Spotify.

De esta suerte, Spotify le paga a entidades de gestión colectiva y a discográficas, después le paga (en la gran mayoría de los casos poco y en muy pocos casos bastante) al músico en sí, o a la empresa intermediaria a través de la cual el músico ingresa al catálogo, y finalmente retiene su propia ganancia. Ganancia que apenas ha sido suficiente para salir recientemente de los “números rojos” que la empresa presentaba desde sus comienzos, mientras se mantenía a flote gracias a varias rondas de financiamiento para startups. Sin olvidar que permanentemente las empresas de la música le exigen sus pagos e incluso que deje de ofrecer planes gratuitos para los usuarios.

Algunas estrellas y asociaciones de músicos, por su parte, se quejan de que sus ingresos por concepto de streaming son muy bajos, cosa que en la gran mayoría de los casos es cierta. Pero como dice Enrique Dans: “lo que de verdad convierte los ingresos de los músicos en irrelevantes es el reparto que la propia industria de la música lleva a cabo al final de la cadena de valor”.

Equivocadamente, ciertas figuras de la música cargan las tintas en el simple hecho de que se escuche música gratis, sin darse cuenta de lo difícil que es para el público entender eso. En la música siempre convivió lo pago con lo gratis. La radio, por ejemplo, es una emisión gratuita para el oyente. Mismo oyente que después paga las entradas a conciertos sin sentir una contradicción moral por esas conductas tan dispares. En algún momento de la historia de la música, los músicos, las discográficas, la gestión colectiva y las radios llegaron a un acuerdo, más o menos justo o injusto, y la gente siguió escuchando radio gratis y pagando por escucharla en vivo.

Más tarde, los nuevos medios se mostraron mucho más interesantes para el usuario: un catálogo casi infinito para escuchar a demanda, casi sin interrupción publicitaria. Pero el músico sigue siendo el más débil en la negociación con los más grandes: las discográficas, las sociedades de gestión y actualmente las grandes plataformas que monopolizan el negocio digital y las distribuidoras digitales (un nuevo negocio que consiste en hacer la selección previa de la música para que sea aceptada en las plataformas).

En definitiva, los reclamos de los músicos por el streaming serían más efectivos si se orientaran hacia los actores específicos que están reteniendo el mayor valor en la cadena. Deberían apuntar a las entidades de gestión colectiva y las disqueras, a nivel nacional e internacional, que son las que se encargan de recaudar y distribuir.

En lugar de esto, se le impone al público un mensaje moral contra un enemigo generalizado, buscando culpabilizar a la sociedad por escuchar música sin pagar. Este mensaje puede hacerse pasar por racional (“si nadie paga por la música grabada, la música grabada morirá), pero en definitiva, no cambia la conducta de la audiencia a la hora de escuchar música. Lo que tiene que cambiar es la estructura económica y de poder del negocio musical, que en la era digital está heredando la concentración injusta de riquezas que viene de la era de los medios masivos.

Con el cierre de Grooveshark, la industria logrará amedrentar a cualquier nuevo jugador que intente empezar desde abajo innovando en música digital sin el aval de las discográficas. Se permitirá la existencia únicamente de aquellos actores que la industria pueda controlar y que a ésta le generen las ganancias que ambiciona, sin arriesgar nada en el proceso de innovación. Serán legales aquellos licenciatarios que cumplan con las exigencias, y piratas quienes pretendan hacer negocios por fuera del sistema controlado por los grandes grupos propietarios de derechos.

La imprescindible actividad social alrededor de la música, que es la que realizan los usuarios en el intercambio y la recomendación entre pares, solamente se podrá ejercer dentro de los jardines vallados definidos por las corporaciones, algunas de las cuales controlan desde el catálogo hasta el dispositivo en que puede escucharse la música (por ejemplo, el servicio PlayStation Music que provee el servicio exclusivo de Spotify para PlayStation 3 y 4 y teléfonos Xperia de Sony). Los músicos, por su parte, deberán lidiar con el mismo sistema de intermediación, si no con uno más complejo, en el que no pueden subir y licenciar su música de forma autónoma, y donde el reparto de la torta continuará siendo injusto como siempre (ver ilustración de este artículo).

En definitiva, el cierre de Grooveshark es una señal de concentración y control sobre el sistema de streaming, y no de su debilitamiento.

Publicado por Mariana Fossatti

2 comentarios

[…] de autor, las industrias culturales y tecnológicas se han acercado entre sí, han sellado alianzas y están imponiendo su visión de los “nuevos modelos de negocio”. El razonamiento es: la mejor […]

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