Qué es la digitalización y por qué es tu problema

Foto: escáner de libros en la presentación del proyecto autores.uy en el Centro Cultural de España, Montevideo, 2015

Publicamos una primera versión de este post en 2014, durante el curso online gratuito «Arte y cultura en circulación: políticas públicas y gestión de lo común». Como estamos muy cerca de comenzar un curso específico sobre digitalización y comunicación de archivos culturales, nos pareció oportuna una nueva publicación de este artículo, escrito por Evelin Heidel (Scann) en el que se aborda el tema de la digitalización de archivos culturales, la importancia de preservar y valorizar el dominio público y las estrategias que pueden encarar las pequeñas y medianas instituciones culturales para desarrollar proyectos de digitalización.

Tabla de contenidos

Introducción

En el mundo existen grandes proyectos de digitalización, como los que llevan adelante Internet Archive o Europeana. También, dentro de los proyectos comerciales, está el de Google Books, y en una época hasta Microsoft había iniciado un proyecto de digitalización. ¿Por qué cualquier archivo pequeño o mediano debería interesarse en digitalizar? La mayoría de las universidades norteamericanas y europeas, que trabajan en conjunto con las iniciativas mencionadas, poseen una copia de los archivos de América Latina en sus bibliotecas. Eventualmente, ya digitalizarán el material. Y en algunos casos extremos y no poco frecuentes, tienen la posesión física de manuscritos y bibliotecas enteras de intelectuales latinoamericanos, como el Instituto Iberoamericano de Berlín.

Este proceso de expoliación cultural en parte fue posible porque durante décadas los Estados latinoamericanos fueron totalmente negligentes a la hora de tratar sus archivos, y en muchos casos esta tendencia no se ha revertido. Pero hay además un problema fundamental, que es que en muchos casos todos estas grandes iniciativas (Internet Archive, Google Books, Europeana), sólo trabajan con “grandes proyectos”. Al igual que los fabricantes comerciales de escáneres, hay toda una porción del mundo que no les interesa.

El problema es que los «grandes proyectos» representan al 20% del mundo que quedó adentro, y muchos de nosotros estamos en el 80% del mundo que es «chico» y que quedó afuera. Todos esos archivos a los que no vale la pena dedicarle tiempo, toda esa gente en la que no vale la pena invertir esfuerzos. Es decir, mujeres, negros, latinoamericanos, africanos, hispanoparlantes. Obviamente se produce una subrepresentación: está subrepresentada nuestra lengua (a pesar de que el castellano es el tercer idioma más hablado), nuestra cultura, nuestras poblaciones, y en consecuencia están subrepresentadas también nuestras expectativas y nuestros deseos. Esa subrepresentación es parte de un mismo proceso cultural que nos impone un modelo de deseo y de consumo determinado.

Esta situación es un problema cultural que la digitalización no va a resolver. Pero no digitalizar nada lo va a resolver aun menos. Lo que es importante, en todo caso, es entender que nosotros lo podemos hacer a nuestra manera, y que, de hecho, necesitamos hacerlo a nuestra manera porque es la única forma de hacerlo.

El objetivo de la digitalización

El objetivo de la digitalización no es trasladar los contenidos culturales de un formato físico a un formato digital para conservarlos en los discos duros de las instituciones en caso de que ocurra un incendio, un derrumbe, o algún otro tipo de catástrofe que termine con los documentos físicos. Tampoco es preservar los documentos y los libros a través de retirarlos de la circulación física, aunque este pueda ser un resultado deseable. En efecto, la cantidad de recursos financieros, técnicos, humanos y hasta jurídicos que implica la digitalización es superlativamente mayor a la implementación de un programa de preservación adecuado dentro de la biblioteca.

El objetivo de la digitalización no es, tampoco, otorgar un nuevo modelo de negocios para las productoras de contenidos culturales y de entretenimiento a través de darle a los documentos “un nuevo ciclo de vida”. El objetivo de la digitalización no es generar condiciones para la extensión de los plazos del derecho de autor; al contrario, la digitalización debería permitir que se discutan los plazos actuales del derecho de autor y que se ponga en valor el dominio público como patrimonio cultural común del que todos pueden abrevar.

Todas estas situaciones son, en realidad, consecuencias de la digitalización, pero no pueden operar como causa o motivación. El objetivo de la digitalización, por el contrario, es facilitar el acceso a la información y a los contenidos culturales, como parte esencial del derecho de acceso a la cultura de los ciudadanos, plasmado en numerosos pactos internacionales de derechos humanos, y que el Estado debe garantizar.

La digitalización del dominio público

El dominio público es el estado que adquieren las obras literarias, científicas y artísticas una vez que el derecho de autor ha expirado. Esto implica que, finalizado el plazo de monopolio legal sobre las obras (un plazo que el Convenio de Berna establece en un mínimo de 50 años después de la muerte del autor, pero que dependiendo del país y del tipo de autor y de obra puede ser diferente), cualquier persona puede utilizarlas de manera relativamente libre (puede haber restricciones sobre el dominio público, como el pago de tasas para su uso en algunos países como Uruguay y Argentina). El dominio público es parte del patrimonio cultural de la humanidad, y una fuente inagotable para la creación de nuevas obras. Sin embargo, muchas veces se desconoce la importancia del dominio público y la necesidad imperante de preservarlo.

La tendencia mundial de extender los plazos de ingreso de las obras a dominio público más allá de los pisos mínimos que establecen los convenios internacionales, es efectivamente un mecanismo de privatización de la cultura. La mayoría de las veces, la acción de extender los plazos se realiza sin demasiado debate público y sin un conocimiento real del daño que se está efectuando sobre la cultura.

El ingreso en el dominio público permite revitalizar estas obras. Por ejemplo, en el año 2011 Walter Benjamin ingresó al dominio público en Argentina y otros países que tienen plazos de 70 años post mortem, y esto ha significado un importante estímulo para la aparición de más obras de Walter Benjamin en castellano, a precios más accesibles. Por lo tanto, el dominio público no es un estado de tragedia para la obra, sino efectivamente un estado que habilita que la obra circule mucho más, a un costo mucho más bajo.

Como veníamos diciendo, aumentar los plazos en las condiciones en las que se encuentra representada nuestra cultura respecto de otras culturas, es un tiro en el pie: básicamente, nos garantizamos de esta forma que los acervos que forman parte de nuestro patrimonio cultural tengan que permanecer ocultos, en canales subterráneos, durante mucho más tiempo del que lo estarían si existieran múltiples excepciones que permitieran digitalizar los textos para difundirlos.

En una situación bastante paradójica, los editores de todo tipo de obras culturales afirman que el derecho de autor es su único resguardo y patrimonio, pero esta declamación no ha sido proporcional a la atención que le han prestado a este activo, al punto de que en casi ningún sitio existe registro de ninguna clase sobre qué está en el dominio privado y qué no, y a quién se debería contactar para pedir permiso para utilizar una obra. Según estimaciones de la oficina de copyright de los Estados Unidos, más del 98% de las obras son lo que se conoce como «obras huérfanas», obras cuya titularidad de los derechos se desconoce, y cuya situación es imposible de resolver sin caer en la ilegalidad.

Sin embargo, las obras en dominio público no son las únicas obras que interesa digitalizar. Hay otro tipo de obras igual de importantes y valiosas que también necesitan ser digitalizadas.

La digitalización como un problema de la diversidad cultural

Existen zonas grises de los archivos que testimonian la identidad cultural como un problema de mayor complejidad que la simple cultura letrada. Es decir, muestran a los archivos como lo que son: un campo de disputa hermenéutica. Estos archivos, estos materiales, nunca van a estar entre los proyectos estelares de la Internet, porque no son enormes bibliotecas, sino más bien archivos de pequeños a medianos, muchas veces con escasos recursos para siquiera plantearse pasar a ser parte del mundo de lo digital. Todas esas bibliotecas populares del interior de nuestros países que son las únicas que tienen los libros de sus poetas y sus escritores, que nunca van a digitalizar. Todos esos libros de mujeres apilados en una biblioteca que podrían no interesarle a nadie, pero que no están en ningún otro lado. Todos esos folletos políticos, esas fotos sueltas, esas revistas de la década de los 70 que un abuelo obsesivo decidió no tirar. Algunos de estos archivos están mantenidos por personas individuales; otros son archivos del Estado, que reciben míseros presupuestos que no alcanzan ni a cubrir el café del personal.

Y bien, todo eso es lo que queda afuera cuando se piensa la digitalización como «un problema que otro va a resolver» (Internet Archive, Google Books), o bien cuando se la piensa como una cuestión de la cantidad de puntos por pulgada que hay que ingresar en una imagen. Ninguna de las dos visiones son acertadas.

Hacia un plan de acción

Evidentemente, hay una cuestión técnica que necesita ser resuelta: ¿con qué digitalizar? En eso venimos trabajando en iniciativas de bajo costo como el DIY Book Scanner (el sitio estará disponible en castellano pronto, pero se puede ver una pequeña introducción de lo que vamos a hacer acá), pero también se trabaja en otras iniciativas, como Project Gado y otras. Soluciones que no son completamente «llave en mano», pero que permiten hacer grandes cosas a costos relativamente bajos.

Lo más importante es tener claro una estrategia a seguir, una guía de acción que en realidad no es más que un recordatorio de principios: por qué hacemos lo que hacemos. Acá, algunas recomendaciones para iniciar un proyecto de digitalización en pequeños archivos o bibliotecas:

Cuestionar el canon de los archivos: la digitalización permite poner a disposición de toda una comunidad obras que en muchos casos son ignoradas, que nadie va a reeditar, pero que sin embargo son una parte esencial de la disputa histórica por el valor de un archivo.

Trabajar en conjunto con los equipos de investigadores. Pueden comenzar a delinear las colecciones que revisten mayor interés para sus estudios. Son cientos o miles de especialistas que, individual y grupalmente, conocen los libros que necesitan ser digitalizados, las colecciones que son de su interés para el desarrollo de su trabajo, y son la primera comunidad a la que se dirige cualquier proyecto de digitalización, antes de poder siquiera ser un proyecto masivo.

Iniciar proyectos de corta duración, con colecciones específicas y determinadas (y cuantos menos voluminosa, tanto mejor), que devuelvan resultados rápidos y fácilmente visibles. Lo más importante del proyecto no es solo la digitalización, sino la rápida disponibilización de los fondos digitalizados a través de Internet.

Verificar primero lo que ya existe en otros repositorios digitales. Si bien hay innumerables sitios de Internet que ofrecen materiales digitalizados, sin dudas los dos sitios primarios de consulta antes de digitalizar los archivos deberían ser Internet Archive y Europeana, a no ser que se esté, en efecto, frente a una colección de carácter único. Si el libro es fundamental para componer la colección, alcanza con descargarlo del sitio de referencia donde se encuentra e integrarlo a la nueva colección.

Dimensionar realmente los recursos y actuar en consecuencia. Por ejemplo, si la maquinaria con la que se cuenta en un momento determinado es limitada en sus opciones técnicas (por ejemplo, porque tiene dos cámaras compactas), no sirve de nada digitalizar «los archivos del Tesoro». Se van a ver mal, y en consecuencia conviene trazarse objetivos más modestos pero más concretos y realizables. Luego se podrán evaluar distintas formas para digitalizar los archivos del Tesoro; quizás acuerdos de cooperación con otras instituciones, la compra o el préstamo de un equipo, el traslado de las obras hasta un centro de digitalización con capacidad para digitalizar ese tipo de obras, o alguna otra estrategia que surja.

Resaltar la importancia que reviste la digitalización para el resto de la comunidad. Pensar la digitalización como una herramienta de acción comunitaria, pública y abierta. Esto implica abrir los archivos, abrir el conocimiento alrededor de las máquinas que se utilizan, difundir ese conocimiento, y abrir también el acceso a las máquinas que se usan, dándole al resto de la comunidad la posibilidad de utilizar las máquinas. Muchas instituciones insisten en la necesidad de tener sus repositorios propios, que son de difícil acceso salvo para una reducida comunidad académica que los conoce. En este afán, colocan notas de copyright y marcas de agua sobre obras que ya se encuentran en dominio público, y prohíben que se suban sus obras a otros repositorios. Por el contrario, hay que abrir los archivos. Las consecuencias, como lo muestra esta historia, pueden ser inesperadas.

3 comentarios

[…] fuentes de información online actualizadas. En cambio, todavía grandes acervos culturales están sin digitalizar, y si lo están, quizás no están online, o están siendo subutilizados, o se pierden por falta de […]

[…] y energía, pero cada vez más necesarias para organizar la gran cantidad de conocimiento que la digitalización de la cultura está generando, hacer de ese conocimiento algo útil, relevante y contextualizado, y a su vez […]

[…] antes de convertirse en polvo. Si predomina el soporte informático, que se digitalicen (casi, casi) todas las obras, pero que haya algún plan contra el oscurantismo, para que el cambio constante de […]

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